PATRICIO SALAZAR / TORONTO
La historia de Leonardo Zúñiga es un viaje contra la adversidad, la discriminación y el deseo de cambiar su vida. La típica odisea del inmigrante, relatada por un mexicano de 22 años, en ese entonces, quien lejos de amilanarse tomó el toro por los cuernos y venció el miedo hasta llegar a convertirse, contra todo pronóstico, en uno de los jóvenes más influyentes en las luchas dentro del sistema político municipal.
Se sienta como si ya tuviera que irse. Da la sensación de que siempre tiene algo que hacer. Hábilmente coordina sus movimientos para, al mismo tiempo, tomar café, revisar unas carpetas y navegar por internet usando su teléfono celular tras contestar una llamada. Es la imagen del hombre ocupado, vestida en un traje semiformal y un peinado que nunca pierde la compostura.
No es casualidad. Leonardo Zúñiga Mujica ES un hombre ocupado. Se le puede ver devorándose las calles de la ciudad, con una cámara en la mano o una propuesta en la boca. Últimamente acarrea un emblema en su pecho, “I Vote Toronto”, prueba de la última cruzada en la que se ha involucrado como Coordinador de dicha campaña a nivel municipal.
“La idea es crear conciencia acerca de la limitación del voto para los residentes permanentes en Canadá. Sus problemas no están sobre la mesa. El gobierno municipal se lava las manos porque dice que Inmigración es parte del gobierno federal, pero por otro lado los residentes permanentes tienen necesidades de servicios primarios. El gobierno municipal es el que está en contacto con ellos”, señala desde su importante sitial dentro de la iniciativa.
Mientras repasa una vez más la importancia de esta campaña iniciada en el verano del 2008 y que busca velar por los cerca de 380 mil residentes permanentes que vive en el GTA, este mexicano de 28 años denota una experiencia extraña para un mundo donde la madurez ha sido acordada a los 35: “Uff, necesitaría 10 horas para contarte todo”, revela para luego intentar hacer el esfuerzo de viajar en 40 minutos por una vida marcada por la discriminación, la lucha y por sobre todo la espera.
Allá en el Rancho Grande
Leonardo nació en Morelia, Michoacán, el 24 de Junio de 1982. A los 5 años se fue a California para ser enviado de vuelta con sus abuelos seis meses después.
Siendo un preadolescente, comenzó a lidiar con su homosexualidad sintiéndose victimizado y discriminado por sus pares. Como manda el cliché (que no deja de ser cierto), Leo vivió el acoso por su condición sexual que rápidamente pasó de las palabras ofensivas a las agresiones físicas: “Era un chico que se puede describir como afeminado. Me buscaban después de clases para golpearme. Yo trataba de defenderme como podía. De vuelta en casa nunca dije nada. Sabía que la postura ahí era de que yo era un hombre y los hombres se aguantan”, recuerda.
Tras finalizar la preparatoria ingresó a la Universidad del Valle a estudiar la carrera de Negocios y Mercadotecnia. Lo que parecía el tránsito normal en la vida de un hombre joven escondía la casi inexistente relación con su familia y la relación abusiva con un hombre mayor.
Leo llegó a Canadá en el 2004, luego de evaluar las posibilidades de irse a Australia o “pasarse por el cerro” a los Estados Unidos. Aprovechando la no necesidad de una visa (al menos en ese entonces), arribó como estudiante de ESL. La despedida de su hogar fue la esperada. Solo dijo que se iba, nadie contestó de vuelta.
Con la mente puesta en iniciar una nueva vida apoyada por unos escuálidos ahorros, Zúñiga postuló al refugio en diciembre de ese año, apelando a su condición sexual: “envié todos mis papeles y las pruebas de que era gay. Si!.. pruebas de que era gay, con todo lo extraño que eso suena. Puse fotos de mis amigos gay, fotos mías en Gaytown junto a Drag Queens, es un proceso muy creativo”, asevera con sentido del humor.
Entre planes, sueños y un año y medio lleno de nervios, llegó el día de la audiencia por su petición de refugio. Parado frente al juez lo acribilló con sus razones y deseos de quedarse en Canadá, pero tuvo una respuesta llena de tecnicismos y alejada de la realidad: “me dijo que México tenía una ley antidiscriminación y que Ciudad de México tenía una Zona Rosa. Cómo si yo pudiera vivir, estudiar, divertirme, todo, solo en la Zona Rosa”, ironiza.
Tomando el toro por las astas
Ante esta situación decidió postular a una revisión judicial de su caso y a obtener un PRRA (Pre Removal Risk Assessment), sabiendo que la posibilidad de que fueran aceptados era escasa. En efecto, en noviembre del 2007 le fue negada la revisión. El escenario en el horizonte de Leonardo era bastante oscuro. En espera de que “lo invitaran” a dejar el voluntariamente, decidió postular al refugio esta vez por razones humanitarias.
Por ese entonces los esfuerzos de voluntariado que durante toda su estadía en Canadá había realizado le estaban rindiendo cuentas. Busquilla como pocos, consiguió un internship en SOY para hacerse cargo del correo de la institución. Cuando se le acabó ese contrato postuló tres veces en pos de una posición como settlement worker: “si bien mis estudios no me acompañaban, mi experiencia gracias a mis voluntariados hicieron la diferencia. Ya estaba con trabajo estable, totalmente adaptado a mi nueva vida, no iba a dejar que me echaran”.
Bajo esa mentalidad, Leonardo reunió a sus amigos e inició una campaña llamada “Let Leo Stay” (!Dejen que Leo se quede!) donde combinó su lucha por quedarse en Canadá junto con denunciar las inconsistencias que el sistema de inmigración canadiense contiene usando su experiencia personal.
La iniciativa le permitió juntar 1500 firmas de forma electrónica, 500 en forma escrita más múltiples cartas apoyo de concejeros municipales, organizaciones sociales y miembros del parlamento, todas dirigidas a Diane Finley, quien era la cabeza de Inmigración por esos años.
El sobre amarillo
Tres largos años habían pasado desde que Leonardo envió la solicitud. La espera de la respuesta se situó, con el paso del tiempo, en la parte trasera de su cabeza, como un clavo que a veces olvidaba, pero que siempre sentía antes de ir a dormir.
A principios del 2010, luego de un día de trabajo, un sobre amarillo esperaba al joven mexicano. Por fin. Leo era citado a las oficinas de inmigración situadas en las cercanías del aeropuerto. Llegó acompañado de amigos a la cita. Espero ansioso durante las dos horas más largas de su vida a que lo atendieran. Pasó a la oficina y contempló el vidrio que lo separaba de los funcionarios de inmigración. El trato impersonal y la agresiva distancia lo hizo sentir como un criminal: “el tipo me miró y me dijo que una de mis peticiones había sido rechazada (el PRAA)…. pero que mi solicitud de refugio por razones humanitarias era aceptada y me dio la bienvenida a Canadá”. El llanto fue el idioma del desahogo en ese momento.
Definitivamente la campaña de Leo y su arduo trabajo comunitario surtió efecto, y por lo que se vislumbra en el ambiente político de la ciudad en estos momentos, todo indica que su nuevo esfuerzo al frente de “I Vote Toronto” marcha sobre ruedas. No lo ha hecho mal para ser un hispano sin status!
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