OSCAR VIGIL / TORONTO /
Desde que inició la emergencia por el COVID-19, a mediados de marzo, al único patio al que me ha dejado ir mi querida esposa es al patio de mi casa, o al “backyard”, como diríamos en inglés. Sin embargo, luego de muchos rezos y cadenas (¡tan de moda en estos días!) a San Judas Tadeo, el Santo de las causas perdidas, y una vez que Ontario al igual que el resto del país entró a la fase 3 de la cuarentena, por fin vi la luz al final de la calle.
Uno de estos últimos sábados del falleciente verano fuimos por primera vez a redescubrir Toronto en medio de la pandemia, a corroborar si la ciudad aún seguía ahí, intacta, bella y vibrante, a pesar de ese enemigo invisible que continúa merodeando y aterrorizando por todos lados. Y sí, Toronto sigue en pie, incólume, y ahora hasta quizás indiferente ante el virus. De hecho, de no ser por el uso masivo de las máscaras y de las medidas en general estrictas tomadas en casi todos los lugares, luego de más de cuatro meses de pandemia uno se pregunta ¿y dónde está la cuarentena?
Kensington Market parecía igual, o casi igual, que en cualquier sábado: familias caminando por las calles, parejas tomándose selfis y clientes abarrotando las tiendas de productos nostálgicos y los bares y restaurantes.
Luego de analizar quirúrgicamente las disposiciones de las mesas y los dispositivos de protección usados en los patios de la zona, mi esposa y yo entramos a un restaurante mexicano (por cierto, ¡Viva México Lindo y Querido! en su Día de la Independencia) a disfrutar de un “brunch”.
Debo decir que, sin pompas, la separación entre los comensales, el uso de las máscaras y el abordaje de las meseras generaba confianza para quienes prácticamente han estado encerrados durante meses y finalmente se atreven a experimentar “la nueva realidad” del momento.
Huevos a la mexicana, frijoles refritos, tacos al pastor, pico de gallo, frijoles charros, café de olla y agua de Jamaica fueron una exquisitez… ¡y a un excelente precio! en el Restaurante El Trompo.
Agarramos confianza y recorrimos Chinatown, todo normal, como que aquí no ha pasado nada, el mismo bullicio de la gente solo interrumpido por la música de un grupo de jóvenes tocando rock en la esquina de Spadina con Queen St. (¡por cierto, necesitan ensayar un poco más!)
Seguimos sobre esta última calle hasta llegar a la Alcaldía de Toronto, y aquí sí el Nathan Phillips Square estaba vacío. Ningún festival, ningún grupo musical, nada de aglomeraciones, únicamente un grupo de mujeres africanas aparentemente transmitiendo lo que parecía ser una protesta política más de las que suceden en Toronto todos los días, o al menos casi todos los días.
Nos sentamos en una banca a disfrutar de la quietud, pero la verdad, más motivados por leer con exactitud los títulos de varios libros en español que alguien había dejado olvidados, o quizás intencionalmente para que alguna persona más los tomara. ¡Mala idea la segunda opción en estos días de Coronavirus!
“Con dolor en el termostato”, “Humana impermanencia”, “Intercambio Cultural” y “La cola del cerdo”, ninguno conocido para mí, pero interesante haberlos encontrado reposando en una banca, en pleno centro de la ciudad.
Nos levantamos y continuamos nuestro viaje, esta vez hacia el sur, hacia el lago, en busca de las historias cotidianas de Toronto. Bajamos sobre la calle Bay admirando la arquitectura, sin mucha gente caminando y con pocos autos en la calle, hasta llegar a la calle Front.
Aquí estaba nuevamente la ciudad en movimiento, viva, vibrante, sin pandemia. Cruzamos la calle y fuimos recibidos con latas de cerveza gratis: jovencitas con sus jeans y camisetas de verano bien puestas, y con sus máscaras de pandemia bien ajustadas, regalaban la bebida de malta bien helada a los transeúntes, en un país donde tomar alcohol en la calle es penado por la ley. En fin, ¡era para llevar!
Varias cuadras y muchas gotas de sudor más abajo estaba, como siempre, esa inmensa masa de agua fría que nos alimenta durante todo el año y nos entretiene en el verano: el Lago Ontario. Y tanto los torontianos como los turistas lo adoran sin vacilaciones.
Harbourfront, desbordado de turistas, le hace olvidar las penas pandémicas a cualquiera. Colas para subir a los taxis acuáticos, viajes turísticos “sold out” en la mayoría de los cruceros y listas de espera para sentarse en los bares y restaurantes eran la nota del día.
Pero quien persiste, lo logra, y luego de más de media hora de espera (ahora se anota uno en la lista de espera y luego le envían un mensaje de texto al celular cuando la mesa está disponible) pudimos disfrutar de un “break” con una cerveza bien fría (¡no la que nos dieron en la calle, por supuesto!) frente a La Mar de Agua Dulce de Toronto.
Aquí, en este bar típicamente canadiense, las medidas de salubridad sí eran pomposas y sofisticadas. Para comenzar, el menú era simplemente una barra de código pegada en la mesa, la cual uno debía registrar con su teléfono celular para verlo en su pantalla. ¡Me encanta la tecnología de crisis!
Un buen rato y varias cervezas después, seguimos caminando junto a La Mar de Agua Dulce en busca del postre del final de la tarde, solo para encontrar la novedad Mexicana-Canadiense de la pandemia veraniega: “El Churrocone”.
Si usted aun no los ha probado, vaya a Harbourfront en estos últimos días de casi no-otoño y búsquelos, a lo mejor tiene la suerte que nosotros tuvimos y lo disfruta al son de música de guitarra en vivo en el parque del lugar.