Rocinante y las raíces hispano-latinas

RocinanteFRANCISCO REYES / TORONTO /
Si Rocinante hubiera tenido conciencia de la magna empresa a la que fue llamado, al servicio de su amo, se hubiera alimentado mejor y, como “Platero y Yo”, hubiese mordisqueado uvas moscateles, melones, sandías y “La Flor del Camino”, con el fin de darle sabor prolongado a su vida.

Pero, no. Allí vegetaba, abandonado, flacuchento, sin nombre digno de corcel de aventuras caballerescas, en el anonimato de la dehesa de los caballos.

De seguro que nadie daba por él un maravedí, hasta que “El Loco Manchego”, enajenado por unos libros medievales, creyó que el destino lo había ungido para el noble y venturoso oficio de la Caballería.

Entonces, Alonso Quijano, “El Bueno”, desempolvó una armadura oxidada, arrinconada en el caserón que habitaba junto a su sobrina.

Empuñó una adarga antigua. Desató la rienda del corcel, al que bautizó con un nombre sin par. Escogió para sí el de “Don Quijote de La Mancha” y se marchó hacia la misión suprema de “enderezar entuertos”, de socorrer a los huérfanos y las viudas, de aplicar la justicia en nombre de la desaparecida institución militar, que él mismo se empeñó en revivir con sus “locuras”.

Desde ese momento, Rocinante ingresó a la inmortalidad de la Historia Universal.

Fueron muchas las aventuras, obras del genio de Cervantes, de las que Rocinante fue testigo, algunas de ellas muy peligrosas, como el desastroso enfrentamiento de su amo con molinos de vientos, a los que confundió con gigantes.

Participó en la batalla del “caballero derrotado” con un rebaño, creyendo que era un ejército enemigo.

Rocinante escuchó los altercados entre el amo y su escudero, el fiel Sancho Panza. Seguro que se deleitó con el incomparable “Discurso de las Armas”, en el que Don Quijote fijó su posición sobre la propiedad privada.

Pero fue, esencialmente, partícipe en la transformación lingüística que se advenía para la purificación, enriquecimiento y exaltación del Idioma Castellano, en el más elevado pedestal de la gloria que, hasta ese momento, ninguna otra Lengua había alcanzado.

Sobre la grupa de Rocinante cabalgó no sólo la Lengua Castellana, sino también la tradición española, en el período definitorio de la Edad Moderna y del entierro de la Edad Media europea. De la transición del Feudalismo a la Burguesía.

Sobre Rocinante viajó la Literatura Caballeresca que había absorbido su amo. Libros del desquiciamiento que lo llevaron a la imaginación en el que se mezclaron realidades, fantasías y la expresión del idilio más noble y puro, profesado a su inexistente, la de El Toboso, Dulcinea.

Galoparon sobre sus ancas la gastronomía del momento, la religión oficial, la fidelidad al monarca y al imperante sistema judicial.

Rocinante –sin saberlo- estuvo predestinado a trashumar con una de las lenguas más literarias del planeta. Con el idioma que es oficialmente la lengua materna de más naciones en el mundo, integradas en un sólo bloque conocido como Hispanoamérica.

Tuvo Rocinante la suerte de ser un personaje, casi humanizado, de la novela más universal, de mayor vigencia histórica y literaria alrededor del mundo, a pesar de que el tema giraba en torno a la fallecida Orden de la Caballería: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”.

Don Quijote y su obra redentora cabalgaron sobre Rocinante, en el apogeo de la cultura española. En el esplendor de la Época Dorada que coronó con la inmortalidad a las Letras Castellanas.