POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Una fuerte impresión causó entre el público el hecho inusual de la censura televisiva, en vivo y directo, cuando el presidente Donald Trump afirmaba que se había realizado un fraude en distintos estados de su país para favorecer al candidato demócrata Joe Biden. Era la primera vez que los medios de comunicación realizaban tal acción, humillando a quien normalmente se considera el gobernante más poderoso del mundo.
Las televisoras explicaron que su acción no constituía una “censura” de Trump, sino que la medida correspondió a una decisión editorial, que seguramente podrá compartir cualquier medio de comunicación serio, de no difundir información no confirmada. Bajo esa premisa, el presidente y candidato republicado derrotado merecía ser silenciado porque sus afirmaciones faltaban a la verdad.
“Gran parte de lo que el presidente ha dicho absolutamente no es cierto (…) no vamos a permitir que continúe porque no es verdad (lo que dice)”, zanjó Shepard Smith, conductor del programa informativo de la CNBC. En la misma línea se pronunció un presentador de Univisión, la famosa cadena de habla hispana. “Vamos a dejar la conferencia de prensa del presidente Donald Trump. La razón es muy sencilla: Parte de las cosas que ha dicho… son mentira. No es cierto lo que ha dicho el presidente Donald Trump…”, explicó. Las demás parecían seguir el mismo guion: el presidente ha hecho afirmaciones y denunció un fraude electoral sin mostrar evidencias que respalden sus acusaciones.
La decisión tiene varias implicaciones. Una de ellas, quizás la principal, es que deja en evidencia que la censura también puede ser ejercida y la ejercen los medios de comunicación, y no solo por autoridades civiles o militares. En segundo lugar, demuestra también el enorme poder adquirido por las corporaciones transnacionales comercializadoras de noticias: están por encima del gobernante de su país y pueden callarlo cuando se les antoje.
Pero también existe otro elemento sobre el que vale la pena llamar la atención: si esas cadenas aplicaran la misma política de sacar del aire a sus presentadores y corresponsales de prensa cada vez que éstos realizan una afirmación que no corresponde con la realidad, que mienten, o por no mostrar evidencias de sus afirmaciones, serían constante y cotidianamente interrumpidos, especialmente cuando se refieren a muchos gobernantes de América Latina y otras regiones del mundo.
Pero ocurre lo contrario, al extremo que podría afirmarse que una característica más notable de estas grandes corporaciones comercializadoras de noticias es difundir información sin confirmar, o que son mentiras absolutas, sobre aquellos gobiernos o procesos políticos que no son del agrado del gobierno estadounidense, y que este califica como “no democráticos”. Los ejemplos abundan y algunos de ellos son presentados al inicio del excelente documental “War on Democracy”, realizado por el periodista británico John Pilger.
Pilger ofrece una antología, seguramente muy incompleta, de varias de las fabricaciones, tergiversaciones y mentiras esgrimidas hace algunos años en contra del entonces presidente venezolano Hugo Chávez, incluso por varios de esos mismos medios que ahora censuraron a Trump bajo el argumento de que hizo afirmaciones contrarias a la verdad o por no mostrar pruebas de sus acusaciones.
En el documental mencionado puede escucharse cuando presentadores estadounidenses –varones y mujeres– expresan perlas como: “Hugo Chávez es adicto a la cocaína”, “Evo Morales es narcotraficante”, Hugo Chávez es un dictador, Hugo Chávez es un criminal. Hugo Chávez es peor que Hitler, Hugo Chávez es más peligroso que Fidel Castro. Y de todas esas afirmaciones no ofrecen ninguna prueba, ni una sola. Lo importante para esos presentadores –¿merecen ser llamados periodistas? –– era denigrar al gobierno venezolano que encabezaba el carismático líder venezolano. A esas mentiras deben sumarse las acusaciones lanzadas por funcionarios del gobierno estadounidense, reproducidas y difundidas incansablemente por estas empresas, aunque tampoco se ofrezca alguna evidencia de estas.
Esta política –porque se trata de una política editorial de facto– es compartida por los medios de comunicación de mayor poder económico en los países latinoamericanos y en otras latitudes del globo. Así lo demuestra el académico español Fernando Casado Gutiérrez, autor del libro “Antiperiodistas. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela”, publicado en 2015.
Casado Gutiérrez entrevistó a decenas de periodistas de varios de los más importantes medios de comunicación latinoamericanos y españoles, quienes confirmaron que las informaciones acerca de Venezuela publicadas en esos medios tenían como objetivo demonizar, tergiversar o banalizar a Chávez y al proceso revolucionario que puso en marcha. Esta política, podemos afirmar, sigue vigente, pues no existen indicios de haber sido modificada.
Tomando en consideración lo anterior, la próxima vez que leamos o escuchemos alguna información o acusaciones contra la Venezuela Bolivariana, o cualquier otro país al que Estados Unidos le tenga inquina, es recomendable preguntarse si están respaldadas por evidencias sólidas, o si estamos ante simples mentiras.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).