Costa Rica: una democracia en sus horas bajas

POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

Más allá de los eslóganes con los que se ha publicitado al país en el exterior, a la vez que se ha creado cierto chauvinismo para cohesionar a sus ciudadanos, ciertamente Costa Rica ha sido un caso realmente excepcional en la atribulada región centroamericana. Con el largo rosario de golpes de estado, dictaduras militares, conflictos bélicos y atroces índices de pobreza y rezago social que plagaron a sus vecinos a lo largo del siglo XX, los costarricenses tenían suficientes motivos para considerarse afortunados. El país lucía como un oasis de paz y prosperidad.

A diferencia de los largos conflictos en las naciones vecinas, en el siglo pasado el país sufrió una dictadura que duró… ¡dos años! También experimentó una guerra civil, sangrienta y terrible como todos los enfrentamientos bélicos, pero con una duración de poco más de un mes. Eso fue en 1948, año en que inició una revolución que en gran medida respetó y profundizó la labor que venía desarrollando en el área social el gobierno derrocado, al conservar las llamadas “garantías sociales”. Promulgadas en 1940, estas garantizaban la protección social y la asistencia médica y el acceso a la educación superior a todos los costarricenses. El Código Laboral, parte de esas garantías, fue en su momento el más avanzado de América Latina al establecer salario mínimo para los trabajadores, el reconocimiento del derecho a la huelga y establecer el pago de indemnizaciones por despidos injustificados. Recuerdo que en los años de los enfrentamientos fratricidas en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, un guerrillero salvadoreño comentaba que “si en El Salvador los trabajadores contáramos con los derechos sociales que existen en Costa Rica, ahora no estaríamos haciendo la guerra”.

Lo más revolucionario del movimiento armado del 48, quizás lo verdaderamente revolucionario, fue la abolición del ejército, lo que permitió destinar parte importante del presupuesto a educación y salud, con lo que a su vez garantizaba paz social y una estabilidad política que permitía la alternancia de los diversos partidos que en el fondo tenían muy pocos matices de diferencia, y que desde mediados de los ochenta se consolidó en una democracia bipartidista. Hasta el 2006 los grandes jugadores fueron el Partido Liberación Nacional y el Partido Unidad Social Cristiana, que compartían el mismo proyecto político de nación.

Pero todo eso es pasado, y se acabó con la irrupción de otras agrupaciones como el Partido Acción Ciudadana (PAC), identificado como socialdemócrata y actualmente en el gobierno; y el Frente Amplio, que aglutina a diferentes organizaciones y movimientos populares identificadas como izquierdistas, y que abrazan ideas feministas, ecologistas y valores socialistas.

La irrupción de estas nuevas fuerzas políticas puede considerarse también como producto del desgaste del proyecto social que era ejemplo y generaba sana envidia a otros centroamericanos.

En la celebrada novela Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, aparece una frase que se ha convertido en recurrente para cuestionarse por los fracasos de los proyectos políticos latinoamericanos. “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, reflexiona uno de los personajes. Esto mismo podemos preguntarnos en relación con Costa Rica, ¿en qué momento se jodió la democracia costarricense? La pregunta es válida si consideramos que ahora está en sus horas más bajas al enfrentar problemas bien jodidos.

Una de las raíces habría que buscarla a finales de los años setenta y principios de los ochenta, durante el gobierno de Rodrigo Carazo Odio, quien comenzó a impulsar importantes cambios de corte neoliberal. No obstante, el deterioro más severo en las condiciones de vida y en la seguridad social de los costarricenses llegó tras la firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos. El principal arriate de estos acuerdos fue el nobel de la Paz, Oscar Arias, quien tras una turbia maniobra legal accedió nuevamente a la presidencia. Desde entonces, Costa Rica ha visto desdibujarse la idílica imagen que ofrecía al mundo.

“Costa Rica vive una crisis de representación política”, expresan alarmados reconocidos analistas y académicos. “Esto es inédito”, afirma otro. “Qué poca memoria tenemos los costarricenses”, gritan otros desde las redes sociales. Los comentarios surgieron casi inmediatamente después de que se conocieron los primeros resultados de las elecciones presidenciales realizadas el pasado domingo seis de febrero. En ella participaron más de dos docenas de candidatos representando igual número de partidos y agrupaciones políticas. La variedad era tan grande como la que se puede encontrar en un supermercado cuando se desea comprar shampoo para el cabello, donde resulta realmente difícil distinguir lo sustantivo de las diferencias. 

De entre tantos llamados los elegidos fueron dos: el expresidente José María Figueres, de Liberación Nacional con el 27% de los votos, y el economista Rodrigo Chaves, de Progreso Social Democrático, un partido fundado hace apenas tres años y que sorpresivamente quedó en segundo lugar al recibir el 17% de las votaciones. Como ningún candidato obtuvo más del 40% para ser declarado presidente, según lo establece la ley electoral, se presentarán en una segunda vuelta el próximo 3 de abril. El PAC, que hace ocho años representó la esperanza de los votantes, no sacó ni el 1% de los votos, lo que prácticamente lo borra del escenario político. El 40% de los electores se abstuvo de ejercer su derecho.

Figueres, el hijo del principal líder de la revolución del 48, perseguido por la sombra de varios escándalos de corrupción en los que se vio involucrado cuando fue presidente entre 1994 y 1998, ha prometido “transformar” el país. Chaves, economista de amplia experiencia con el Fondo Monetario Internacional, ofrece “reorientar la economía y relanzar la prosperidad”. Está por verse por cuál de esas dos ofertas tan similares se decantan los votantes y si el elegido lograr realmente resolver los problemas que agobian a todos los costarricenses.

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

FOTO: Elecciones en Toronto. Pagina de Facebook del Consulado General de Costa Rica en Toronto.