GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Costa Rica tiene una fama muy bien ganada en el continente, y mucho más allá, como un país muy diferente a sus vecinos centroamericanos. Para comenzar, hace más de un siglo que no ha sufrido un golpe de Estado; bueno, tampoco tiene ejército. Después de la breve guerra civil que la estremeció a mediados del siglo veinte decidieron abolir al cuerpo militar. Esta medida redundó en la estabilidad de su sistema político y le permitió concentrarse en su desarrollo social. Sin gastos militares que realizar, el presupuesto destinado a salud y educación fue desde entonces el más alto en la región. Así logró abatir el analfabetismo y garantizar una seguridad social que bien querían para sí los demás centroamericanos.
En las últimas décadas logró impulsar una política de protección al medio ambiente y de promoción del ecoturismo como una de sus principales actividades económicas, elogiada por otras naciones. Así ha logrado contar con estándares de vida notablemente más altos, en comparación a los de sus vecinos. No es un mito. Por eso ha logrado consolidar una imagen idílica, como la de una especie de paraíso que conserva la naturaleza. El lema del país es “pura vida”, y se creería que los costarricenses viven y son felices. Por eso mismo muchos han pensado y creído que el país es algo totalmente diferente a Centroamérica. Lo más fanáticos llegan al extremo de afirmar que Costa Rica no es Centroamérica. Sin embargo, en este pequeño país -como indica el título- también se cuecen frijoles
Desde hace algunos años para acá las tensiones sociales han venido creciendo y, en general, las cosas han desmejorado. Podría decirse con precisión que el declive se hizo notar tras el fuerte rechazo de amplios sectores de la población costarricense al Tratado de Libre comercio que impuso Estados Unidos. El asunto es tan serio que en el país comenzaron a mirarse algunos rasgos o fenómenos que se asemejan a los que distinguen a sus hermanas centroamericanas.
Primero fueron detalles casi imperceptibles, pero ahora se manifiestan con mayor frecuencia, como el ascenso de la delincuencia común. Nos enteramos de ello por las redes sociales, las benditas redes sociales. Por lo general, los medios de comunicación dominantes a nivel internacional dan muy poca cuenta de esto. Otro ejemplo que podría indicar cierto grado de deterioro de la democracia costarricense fue que el expresidente Oscar Arias, el laureado premio Nóbel de la Paz de 1987, pudo presentarse como candidato y alcanzar nuevamente la presidencia del país en 2006 utilizando la misma truculencia judicial qué le permitió a su eterno adversario centroamericano, el comandante sandinista Daniel Ortega, retornar al gobierno de Nicaragua.
Pero ahora las cosas parecen más complicadas. Pobladores de los distintos estratos sociales han pasado dos semanas protestando con bloqueos de calles y quema de neumáticos, como se acostumbra en la vecina Nicaragua o Guatemala, en rechazo al plan del presidente Carlos Alvarado de contraer una nueva deuda de 1,750 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional y subir impuestos que afectarían a toda la población. Tras varios días de protestas el mandatario echó pie atrás, decidió desistir de sus intenciones y llamó a un diálogo nacional. Sin embargo, los inconformes tomaron sus declaraciones con escepticismo y temen que sólo esté buscando desarticular las protestas, ganar tiempo para negociar mejor con los partidos políticos en el parlamento y relanzar su propuesta.
El conflicto se sumó a otro que desde años atrás viene enfrentando a las comunidades indígenas del sur costarricense con invasores de sus territorios, personas no indígenas dedicadas a la agricultura de exportación o la explotación maderera, y con las autoridades policiales que les hacen el juego a estos. En el país existen ocho etnias ubicadas en distintos territorios. Entre ellas se encuentran los Bribris y Cabécares, que tras recuperar territorio en manos de invasores son constantemente amenazados y hostigados.
En marzo del 2019 fue asesinado el líder Sergio Rojas, del Frente Nacional de Pueblos Indígenas, quien organizó las comunidades para recuperar sus tierras. Según información recabada posteriormente, al igual que lo ocurrido en Honduras con la líder indígena Berta Cáceres, Rojas se encontraba en su hogar cuando desconocidos le dispararon quince veces, un número que coincide con las quince acciones exitosas que dirigió para recuperar porciones del territorio ocupadas por no indígenas.
En febrero de este año, durante un enfrentamiento con usurpadores de sus tierras, perdió la vida Jerhy Rivera, líder Brörán. La comunidad reclama a las autoridades que investiguen y aclararen su muerte, pero no han obtenido respuesta. De manera que, aunque no ocupen los titulares de medios noticiosos, como pasa en Guatemala, Honduras o Nicaragua, los pueblos indios en Costa Rica están siendo igualmente agredidos por defender sus territorios. La de ellos también es pura vida… pero de lucha y resistencia.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).