Crónica de un Tour Art-(e)tílico anunciado

MAO CORREA / TORONTO /
En todo un cuento de Gabo, pero rimado en ar, se convirtió este recorrido por algunos lugares de Toronto donde se puede tomar cerveza, escuchar música, y sobretodo vivir y beber el arte de conversar. Cuando decides imponerte una mirada estética, el arte está en todos lados, se ratifica así mismo, y si no lo disfrutamos es porque sencillamente no somos conscientes que está ahí, aquí, y allá.

Por supuesto que en algunos lugares es más evidente y te sobrecogerá, tal vez por su tono, color, intensidad o textura, eso que reunido llamo calidad. En Toronto, definitivamente no me es necesario ir a galerías y museos para estar en contacto con el arte complejo, ecléctico, efímero, abstracto y moderno que inspira mi deseo.

Hablo de un tour Art-(e)tílico. Un tour anunciado que 6 amigos un día en un restaurante ensoñamos, compartimos las ocupadas agendas, acordamos la cita y al punto de encuentro sólo cuatro llegamos. Como siempre en la mitad de un cuento, no falta el carro varado o el obvio problema siempre acertado.
Cerca de las 6pm, con varios estudios ya realizados, la zona detectada, la ruta demarcada y los lugares ubicados, una lista de  6 sitios, decidimos al final ir caminando. Todos tenían algo que ver con arte en particular, empezando con el nombre y siguiendo con los rumores que teníamos que en estos lugares algo especial podría pasar.

El primero fue el Starving Artist.  Este lugar, donde apoyar artistas locales es una prioridad, y se presentan nuevas exposiciones cada 6 semanas, nos conmovió simplemente al entrar. El arte allí no está sólo en las paredes, su conexión con él es también su pasión por el ya afamado waffle. El menú consta todo de, en, entre, bajo, con, contra y dentro de, toda clase de waffles. Verdaderas piezas de arte gastronómico que después de disfrutar, sumar una ronda de cervezas de alto octanaje e indagar con las meseras sobre el lugar, decidimos continuar el rumbo hacia la próxima parada del ya trazado plan.

Salir caminando en esa fría tarde, con la nieve en los tobillos, y la brisa congelada, me hizo temer del sereno que emborracha, ese que te persigue hasta que te atrapa.

El siguiente bar fue el Communist’s Daughter.  Debo confesar que aunque su nombre desafió por un microsegundo mi iconoclasta realidad, encontré un lugar más mágico que grande, donde al momento mismo de entrar, la mirada y el calor de la gente silenciaron mi artístico sentido de la otredad.
Por supuesto empezamos con otra ronda de cervezas dark para que se sintiera más. Pequeñas luces por todo el lugar, velas y candelabros estaban por aquí y allá; pinturas vintages en las paredes, chicas de 20 a 90 y música folk nos transportaron de lugar, y lo inesperado aconteció entre un simple respirar.

Un par de hombres que por su parecido evidentemente eran hermanos, empezaron a organizar unos cuantos instrumentos no convencionales que junto a una guitarra acústica y una armónica colgada al cuello del de más de edad, se apilaron en sonidos de muy diversa causalidad. La voz del hombre más joven irrumpió el lugar, y como en una máquina del tiempo me transporte a viejas cantinas de algún pueblo donde la música, entre country y local,  pinta sonrisas en las caras de todos los que están. Un rallador metálico de comida, si, de cocina, hace un sonido extraño y particular… pero es cuando el hombre saca un serrucho y lo empieza a hacer cantar cuando el nivel de la música pasa a otro umbral.

No recuerdo si lo vi o simplemente lo soñé, pero seguro nos paramos de la mesa y empezamos a bailar sin dejar de palmotear el jarro de cerveza que llega a su final.  Y llegó la última canción y aunque no nos queríamos ir, había aun varios lugares que esperaban por nuestro devenir. Sólo la nieve no paraba de caer, y el ritual de ponerse los guantes, gorros y bufandas nos llevó de nuevo al camino por las calles blancas que debemos continuar, y a tan sólo una esquina que tenemos que doblar.

The Painted Lady era ese pequeño lugar donde otra fascinación íbamos a encontrar. Con paredes taqueadas de pequeñas fotos, dibujos y pinturas de famosas o desconocidas mujeres, la buena onda del blues se respiró al atravesar la pesada puerta que nos separaba de la congelante tempestad. La única mesa desocupada cerca de la tarima por fortuna nos esperaba y recordando el propósito del tour Art-(e)tílico, otra ronda de cervezas nos llamaba. Aclaración importante es de rigor evidenciar ahora, el arte del tour es acerca también de variar  la toma. Cervezas distintas cada vez porque en esta ciudad son cientos las marcas que puede uno encontrar y todos los sabores, colores, gustos y lugares del planeta hay que deleitar… y como a mis amigos no les gusta bobear y con su política siempre intentan permear, las más heavys y diversas hay que probar.

Yo sin embargo prefiero deleitarme siguiendo la pared de las pequeñas ventanas con mujeres que no me canso de mirar; todas ellas plasmadas por diferentes lentes, pinceles, espátulas  o cualquier cosa que las pueda transformar. La música va a empezar y un grupo de hombres irrumpen el mundo de la feminidad, con el saxofón, y su simbología freudiana de autoridad, es como siempre el rey del lugar con su Jazz. Entre canción y canción ya un nuevo grupo se empieza a alistar y con sorpresa descubro que casi la mitad de la gente que está en el lugar, un instrumento debajo del brazo tiene listo para entonar.  Ya el bar está a reventar y nuestro camino queremos continuar aunque la oscura noche no para de enfriar. Afortunadamente la producción del tour se ha asegurado que todos los lugares estuvieran muy cerca… ¡cómo me encanta eso de la planeación estratégica! Nuestro siguiente bar es sólo cuestión de un par de cuadras no más.

La próxima puerta es la cuarta que hay que cruzar, y entramos al Bellwoods Brewery, una urbana fábrica de cerveza que vamos a degustar. Me acordé del Pombo colombiano y su renacuajo paseador “mi amigo el de verde (ganas) de calor démele cerveza hágame el favor”. Pasar de espacios íntimos a este enorme lugar de dos pisos de ladrillo era como escalar el gran Everest o Yosemite quizás, por eso lejos de las 11 pm, era hora de hacer realidad con la cerveza “una francachela pasar”. Deleitar un anti-pasto en medio de esos toneles, donde se cocina lo que Baco solía tomar, y que además se irrumpen como parte del lugar, no era para nada algo de envidiar.  Aquí el arte es sólo de la cerveza, esto hay que destacar, porque sus cuadros, que presentan como contemporáneos, son sin duda algunos extremadamente rutinarios.La hora nos recuerda el par de sitios que todavía falta por visitar con la nieve y el frío que son la constante de esta noche invernal.

Rendidos del frío, y con nuestro aún intacto honor, una última parada en el Reposado Bar requerimos compilar. Hemos cedido a la magia del 6 y sólo 5 alcanzamos visitar. Esta es la noche del gran tazón, esa gran final del fútbol que nosotros con tequilas vamos a rematar sin mayor sazón. El bar entero esta embriagado de su equipo campeón, pero en nuestra mesa sólo el tequila es el ganador… ya mi cabeza empieza a girar y yo ya no quiero ni pensar… y aunque suene excusante pero igual, sí me acuerdo de nombrar la selección de tequilas que tienen para deleitar… Este es  sin duda alguna el sitio para continuar – o empezar- mi próximo tour Art-(e)tílico que los invito a duplicar.

Y aunque ya lo he dicho lo quiero recalcar, el arte se encuentra en cualquier cerveza, merienda, guitarra y canción, en otros sitios se encuentra en cuestión. Ya con esta me despido y abra el ojo porque en todas partes el arte se cuela con antojo.

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